La dignidad, o «calidad de digno» (de la palabra latina dignitas, y que se traduce por «excelencia, grandeza»), es el derecho que tiene cada ser humano de ser valorado y respetado como ser individual y social, con sus características y condiciones particulares, por el solo hecho de ser persona. Esta idea de que la dignidad es universal e inherente al ser humano, con independencia de sus características personales, queda recogida en el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 en señalar que «todos los seres humanos nacemos libres, con los mismos derechos y con la misma dignidad «.

Sin embargo, existen varios episodios históricos y situaciones actuales que prueban que la dignidad humana ha sido en muchas ocasiones malherida. Un ejemplo es el trato discriminatorio del que han sido y son víctimas las personas mayores, y que tiene su raíz en la no consideración de su dignidad. Las diferencias de personalidad, familiares, económicas, de salud, de etnia, de cultura, de género, etc., pueden mejorar o agravar el trato y la consideración que reciben, pero todas ellas comparten el riesgo social que no se les atribuya la dignidad propia de todo ser humano. Esta no consideración hace necesaria una protección especial.

El cuestionamiento de la dignidad de las personas mayores, que no debería existir, viene determinado, en parte, por las pérdidas orgánicas y / o físicas, psicológicas y sociales, que acompañan el proceso de envejecer y que convierten a las personas de más edad en sujetos más vulnerables. De todas formas, estas limitaciones no justifican la no atribución de dignidad a la persona mayor.

Otra razón que compromete o menoscaba la condición de digno del colectivo de más edad es el marcado edadismo o discriminación por edad, que impera en el mundo actual y que adopta diferentes formas; algunas de ellas, son: no reconocer su autonomía y tomar decisiones en su nombre, no flexibilizar su papel en el mercado de trabajo, excluir o limitar su participación en política en su sentido más amplio, no adaptar la ciudad a sus necesidades, recortar los recursos sociales necesarios para garantizar su bienestar, impedir que se beneficien de ciertas actuaciones médicas de la salud pública, adoptar comportamientos negligentes o vejatorios a nivel interrelacional, etc.

Una de las formas más acertadas para mantener el concepto de dignidad aplicado al individuo de edad avanzada es la de recurrir y defender las declaraciones y recomendaciones, con las que, periódicamente, los organismos internacionales como Naciones Unidas y los propios de Europa, así como las administraciones estatales y territoriales, hacen sobre los derechos y deberes de las personas mayores. También es necesario un cambio de actitud individual y social hacia las personas de más edad para salvaguardar su dignidad, ya tengan una vejez activa, como si están en una situación de dependencia, como es el caso de las personas con demencia que aún que sufren muchas pérdidas, sin embargo, son totalmente humanas y dignas y deben ser tratadas como tales.

Edurne Iturmendi es educadora social.